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Niñas protagonistas y el derecho a la fantasía.

Alejandra Quiroz Hernández – 8 de marzo de 2018

Una niña con un libro es, pues, un símbolo del poder que significa decidir por cuenta propia. Y no solo cómo reproducirse, sino cómo inventarse la vida.

Yolanda Reyes

Desde que la palabra escrita reemplazó a la palabra hablada, lo que se imprime en papel es lo que cuenta. Si hay testimonio escrito de lo ocurrido, entonces de verdad pasó. “Papelito habla”, dice la voz popular y todos estamos de acuerdo. Es por eso que encontrar historias donde las mujeres cuenten es fundamental para dejar constancia de que ellas, nosotras debería decir, ocupamos un lugar en el mundo, somos importantes. Nuestras acciones pueden inspirar a otras a perseguir sus propios sueños.

A través de las redes sociales se han difundido numerosos ejercicios para examinar la presencia de las escritoras en las estanterías personales. Por ejemplo, el colectivo Libros B4 Tipos ha lanzado retos de lectura especializado en obras escritas por mujeres. En 2017, la tuitera @opacarules lanzó la iniciativa #VisibilizaciónEnLaLiteratura, proyecto en el que durante el 29 de diciembre diversas usuarias de esta red social tomaron la voz de una escritora para difundir su vida y obra.

También ha circulado un video en el que una mujer y una niña aparecen frente a una estantería. Van retirando los libros según diversas consignas: desde la carencia de personajes femeninos hasta aquellos que solamente cuentan historias de princesas. Al finalizar el ejercicio, Elena Favila, una de las autoras de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, declara: “recientemente, me he dado cuenta de que ninguna historia que leí al crecer, contaba la historia de una niña que hubiera tomado el destino de su vida en sus manos, que hiciera algo por cuenta propia sin la ayuda de un príncipe, un hermano o un ratón”. La severidad de su declaración me impresionó. ¿Qué libros han leído estas mujeres? ¿A qué literatura tuvieron acceso de pequeñas? ¿Por qué consideran que esta es la tendencia general en la literatura y el mundo?

El ámbito editorial no ha podido quedar indiferente a la súbita conciencia de visibilizar la vida de las mujeres. Se han editado algunas colecciones que reúnen biografías de mujeres ilustres a lo largo de la historia. Los proyectos se han originado en diversas latitudes, algunos con el empeño de reconocer a las mujeres locales como es el caso de la colección Anti Princesas, que incluye a Violeta Parra y Frida Kahlo en sus publicaciones. Sin duda se trata de un esfuerzo enorme y significativo. Aún así, ¿es suficiente? Es probable que no todas estas mujeres aparezcan en las enciclopedias, volúmenes cada vez más rebasados por la tecnología. Sin embargo, la selección final para el primer volumen de las italianas causa muchas inquietudes. ¿Por qué denominar cuentos la breve semblanza de una mujer que trascendió por sus acciones u omisiones? Es incluso curioso que en la intención de contar sobre los cuentos, solamente figuren 8 escritoras en sus páginas: Astrid Lindgren, el tres por uno de las hermanas Brontë, Maya Angelou, Jane Austen, Virgina Woolf e Isabel Allende. 

Hace falta un enorme trabajo para reconocer la literatura que ya se ha dado a la tarea de poner de frente a niñas y mujeres en sus historias. Pienso en la obra de Ana Maria Machado o de Christine Nöstlinger, quienes con naturalidad han plasmado poderosas historias protagonizadas por niñas en contextos diversos. Posiblemente no se trata de éxitos de ventas ni son el motor de campañas comerciales pero la obra de estas escritoras antecede los empeños de hoy por hacer una literatura más diversa.

Ana Maria Machado

Machado y Nöstlinger: dos autoras ejemplares

En el terreno de la literatura infantil y juvenil hay obras muy sólidas que presentan protagonistas fuertes y decididas. Pensemos en Una visita inesperada de Sonya Hartnett en el que Maddie, la protagonista, tiene numerosas aventuras que le configuran el carácter. Marina Colasanti en La joven tejedora muestra la decisión de una joven que deshace sus creaciones para empezar de cero. Revisaremos brevemente a Ana Maria Machado y Christine Nöstlinger, autoras que cuentan con obras poderosas para inspirar a chicas y grandes.

Mientras fui docente de secundaria, llegó a mis manos un libro estupendo: Eso no me lo quita nadie, de Ana Maria Machado. La historia comienza con un triángulo amoroso, cuestión que despista al lector pues de inmediato anticipa que será una historia más en la que dos chicas se disputan el amor de un galán. La maestría de Machado hace que este sea el pretexto que conduce a la evolución de Gabi, la protagonista, quien va tomando conciencia del margen de acción que tiene y la responsabilidad que puede asumir. En pocas palabras, es una novela que circula en torno a la agencia que cada ser humano, y en especial las mujeres, deben reconocer en sí mismos.

Una obra similar es Bisa Bea, Bisa Bel, en la que Isabel, una niña, entra en contacto con su bisabuela Bea tras revisar un cajón. Mantienen una conversación durante la cual, Isabel descubre que las niñas y las mujeres tenían retos distintos en otra época y que siguen compartiendo problemas en común. Sin embargo, otro personaje femenino introduce la esperanza de cambio que germina en todos nosotros. Un interesante abordaje del tiempo y el reconocimiento de los desafíos que compartimos de manera intergeneracional.

En su obra, Ana Maria Machado ha atendido numerosas inquietudes de nuestro tiempo. Por supuesto, las relativas a los problemas que enfrentan niñas y mujeres no han sido la excepción. Alguna vez le preguntaron para qué servía la lectura actualmente. Ella respondió sencillamente: «para alargar los horizontes y las posibilidades de vida«. Esa es la misma claridad que expone en su literatura. Sin agenda ni propaganda, plantea diversas problemáticas vigentes que, sin afán resolutivo, narra desde su pequeño laboratorio que se extiende cuantas páginas sea necesario con la intención de provocar al lector y propiciar una conversación.

Christine Nöstlinger

En un sentido similar aparece Christine Nöstlinger, escritora austriaca de amplia trayectoria. Tiene en su haber una novela icónica titulada Rosalinde tiene ideas en la cabeza. Nöstlinger inicia la novela con la siguiente descripción

Rosalinde tiene un agujero en los calcetines. Rosalinde tiene una venda en la rodilla. Rosalinde tiene una mariquita en la mano. Rosalinde tiene una cadena alrededor del cuello. Rosalinde tiene ideas en la cabeza.

Publicada en 1981, Nöstlinger nos invita a seguir el devanamiento que Rosalinde hace de sus ideas. Una de las escenas que lanzaron un cabo a la discusión actual es aquella en la que Rosalinde dice a su abuelo que lo que quiere es una excavadora. Para hacerla rabiar, el abuelo le dice que ese no es un juguete para una niña. Páginas más tarde, sin embargo, Rosalinde obtiene lo que quiere. ¿Qué conversación habilitaría este suceso? Ni hablar de cuando Rosalinde discute con Fredi sobre las profesiones que podría desempeñar cuando sea mayor. Su amigo la desanima diciendo que nada de eso es posible, partiendo evidentemente de una larga historia en la división del trabajo por género. Aunque no logra convencer a su amigo, Rosalinde sabe perfectamente lo que quiere y eso es suficiente. Una vez más encontramos un poderoso ejemplo de asumir nuestra propia capacidad de acción en el mundo.

Hace algunos años, Yolanda Reyes, destacada especialista de la lectura en la infancia, escribió un poco sobre Malala Yousafzai. Aborda la importancia de la educación de las niñas y su relación con el logro educativo y la tasa de embarazos. En pocas palabras, poder estudiar implica poder decidir sobre la propia vida. Pensemos en las lecturas que nos acompañan desde la infancia. Deben tratarse de historias posibles, con sus buenas dosis de fantasía, en las que cada personaje tenga capacidad de acción y decisión. Si bien no resuelve todas las desigualdades y problemas a los que se enfrentan, será posible encontrar inspiración en un mundo que a menudo ensombrece el futuro de las niñas.

Ilustración

La fantasía, patrimonio de la infancia.

Acudamos juntos a la infancia, estado en el que poco importa quién escribe la historia. De niños, lo que nos atrapa es lo que se está narrando. Nos metemos en la piel de los personajes, intentamos acceder al universo en el que se encuentran, nos dejamos arrebatar por sus emociones. A esa edad, difícilmente tomamos conciencia de quién escribió esas letras. A menos, claro, que alguien insista en esa cuestión. De otro modo, uno está para gozar las letras.

Recientemente, personas adultas están dispuestas a desterrar la fantasía de la infancia. Las princesas, los caballeros y los ogros se han vuelto el enemigo número uno de una tendencia adultocentrista que ignora el potencial creador del terreno de la fantasía. Aquello que fabricamos en nuestros juegos puede apuntalar el cambio que queremos ver en el mundo. 

Desterrar lo simbólico de los cuentos de hadas implica negar la posibilidad de hacer un tiempo fuera de la realidad. El paréntesis que se abre en el juego de la fantasía nos impulsa a hacer como si el juego fuera la realidad. Bien señala Bruno Bettelheim en El psicoanalisis de los cuentos de hadas:

Una chiquilla disfruta imaginando que es una princesa que vive en un castillo y elabora fantasías de que lo es, pero cuando su madre la llama para ir a comer, sabe que no es una princesa.

No habilitar en los niños y las niñas la capacidad de distinguir lo simbólico de lo real es una falla de los adultos pues son ellos quienes durante buena parte de la vida los tutelan y modelan. Animamos a niños y a niñas a tener encuentros diversos con la cultura pero esta debe procurar ser equilibrada. El exceso en cualquiera de los extremos es, como sabemos, contraproducente. Más que militantes, queremos criar niños y niñas generosos y responsables. Que nuestro deseo de generar más y mejores oportunidades para las mujeres no aniquile el terreno de la fantasía, patrimonio de la infancia sobre el que se configura la posibilidad de ser de otra manera.