Alejandra Quiroz Hernández – 24 de octubre de 2018
A menudo cuesta trabajo definir la existencia de una literatura judía. ¿Bajo qué criterios podríamos calificar a un autor u obra como perteneciente a ella? Pongamos por ejemplo el caso de Arcilla de David Almond que retoma la figura del Golem -la criatura que aparece en Praga – como tema de una novela juvenil. Almond no es judío pero su obra toma una figura mítica de esta identidad. Notamos aquí el aprovechamiento de un recurso propio de una cultura que permite ilustrar los desafíos que implica comprender que se es adolescente y no necesariamente un monstruo.
Marjorie Ingall, escritora y articulista de la revista Tablet, sostiene que el judaísmo tiene la enorme virtud de ser más que una religión: es concretamente una identidad cultural que habita varios rincones del planeta transformando su entorno y, sin dudarlo, enriqueciéndolo. Basta mirar el efecto duradero de expresiones típicas en ídish en Nueva York o que sea considerado un idioma minoritario en Suecia.
Cuando Bashevis Singer obtuvo el premio Nobel, se celebró que el galardón fuera entregado a un escritor judío. En una entrevista concedida a The Paris Review, Bashevis cuestionó tal denominación. Dijo: “si tuviera que admitir que tal cosa existe, tendría que ser un hombre realmente inmerso en la judeidad, que sabe hebreo, ídish, conoce el talmud, el midrash, la literatura jasídica, la Cabala y mucho más. Si además escribe sobre judíos y la vida judía, entonces podemos llamarlo un escritor judío sin importar en qué idioma escriba. Por supuesto, también podríamos llamarlo simplemente escritor». Con sus palabras, Bashevis expone que lo que está de fondo es la literatura misma, la palabra, las historias. Sin embargo, el esfuerzo por definir y estudiar la literatura judía no es del todo inútil.
El premio Sidney Taylor, otorgado por la asociación de bibliotecas judías, reconoce aquellos libros que retratan genuinamente la experiencia judía. Contar con este reconocimiento tiene que ver con aquello que Chimamanda Ngozi Adichie refiere en su charla “El peligro de la historia única”. Cuando los judíos llegaron a Estados Unidos, no había historias de judíos radicados ahí. Fue Sidney Taylor la primera escritora en publicar una historia que tuviera personajes judíos que vivían libremente su identidad y tradiciones en un lugar nuevo. Con la serie “Familia de todo tipo” Tiene un origen similar al de Pippi Calzaslargas: Sidney contaba historias de su infancia a su hija mientras que Astrid las inventaba a la suya. Como sea, el genuino gusto de compartir en la intimidad del hogar se extendió hacia lo público. En este caso, fue el marido de Sidney quien decidió enviar el manuscrito a una convocatoria de la editorial Follet.
Ilustración de Helen John para All-of-a Kind Family de Sidney Taylor.
Sidney supo de lo ocurrido hasta que recibió la notificación de haber ganado el concurso con su obra. Luego siguieron otras 4 historias de esta familia entre otros libros para niños. De esta manera se inaugura la tradición judeoamericana en la literatura que dota de identidad a los niños, niñas y jóvenes de origen judío. Los tiempos actuales reclaman que esa representación sea más considerada para dar cuenta de la diversidad que encierra el propio judaísmo. Esto mismo aplica a los temas que aborda: salir de la dolorosa experiencia del Holocausto permitiría poner de manifiesto otros valores y expresiones importantes de la cultura judía.
Para seguir indagando, Bashevis sostiene que la literatura debe tener arraigo y solamente la infantil lo conserva. Enraizados en el folclor, Bashevis escribió cuentos situados en los pueblitos polacos que conoció en su infancia. Hace referencia a las festividades judías y sus comidas típicas, juega con el ídish para nombrar a los personajes, por ejemplo en “El primer Shlemiel”, explica que Shlemiel significa tonto. En el cuento, no es el nombre de un personaje sino de toda una familia. Situaciones absurdas se suceden para dar cuerpo a una historia que cuenta pero también critica. Bashevis se las ingenia para provocar a la mente infantil.
Al retratar sus tradiciones, fiestas y retos, los autores que abordan una situación desde la judeidad nos están mostrando facetas de la diversidad humana. A veces cuentan con una dosis de picardía, otras retratan personajes comunes. Incluso abundan las variaciones de la tradición oral trasladada a la escritura. Lo importante es que cuentan desde lo singular para volverse ricamente universales.